Mons. George Vance Murry en su conferencia sobre raza en la Iglesia de EE.UU. en el Boston College, en octubre de 2017. Se le ve robusto, canoso, con gafas, saco oscuro y el clérgiman en negro de rigor.
ChurchIn21stCentury*

George Vance Murry nació en diciembre de 1948 en Camden, Nueva Jersey. Ingresó a la Compañía de Jesús 1972 y se ordenó en 1979. San Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Fuerteventura, isla de las Canarias, y obispo auxiliar de Chicago, donde alcanzó el episcopado en marzo de 1995. Mons. Murry se convirtió en obispo coadjutor de Santo Tomás en las Islas Vírgenes en mayo de 1998, luego titular en junio de 1999. Sucedió al obispo Thomas J. Tobin como quinto obispo de la Diócesis de Youngstown en Ohio en 2007. Trabajó en el comité para abordar el racismo de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU., que desarrolló la carta pastoral de la conferencia sobre el racismo [PDF], utilizada como herramienta educativa en las jurisdicciones eclesiásticas de todo el país.

Murió de leucemia mieloide aguda después de luchar con ella durante 2 años.

Mons. Héctor Epalza Quintero camina en medio del sol de Buenaventura en una manifestación pública en el centro de la ciudad, viste palio, alba, cruz y fajín. En su rostro se ve el cansancio de la jornada.
Las2Orillas

Nació en Convención, Norte de Santander, en 1940.  Se ordenó el 14 de julio de 1965 en la Arquidiócesis de Cali y ahí quedó incardinado. Lo admitió la Provincia de Canadá de la Compañía de San Sulpicio en 1989.  El papa san Juan Pablo II lo nombró obispo de Buenaventura en julio 16 de 2004, donde trabajó de forma continua hasta 2017.

Respaldó y aportó a la planeación de años del Paro Cívico del puerto más importante de Colombia para mejorar de forma efectiva sus condiciones de vida ante la corrupción y un desgreño general. Participó, del mismo modo, en la creación de la ley 1872 de 2017, que creó el Fondo para el Desarrollo Integral del Distrito Especial de Buenaventura, y los acuerdos que llevaron a la conclusión del paro de 22 días.

Se opuso con voz clara al abandono estatal, las desigualdades de su población y la violencia histórica y permanente en su Diócesis. Sus denuncias lo pusieron en riesgo varias veces por señalar la presencia evidente de grupos armados y los silencios y filtraciones oficiales en crímenes y desapariciones. Denunció la presencia de ‘casas de pique’, donde se descuartizaban personas, y las acciones de actores del narcotráfico y el paramilitarismo. Junto a otros obispos del Pacífico, rechazó el uso de glifosato y el asesinato de líderes sociales. Murió en febrero 2 de 2021, en Pereira, Risaralda.