Nació en Convención, Norte de Santander, en 1940. Se ordenó el 14 de julio de 1965 en la Arquidiócesis de Cali y ahí quedó incardinado. Lo admitió la Provincia de Canadá de la Compañía de San Sulpicio en 1989. El papa san Juan Pablo II lo nombró obispo de Buenaventura en julio 16 de 2004, donde trabajó de forma continua hasta 2017.
Respaldó y aportó a la planeación de años del Paro Cívico del puerto más importante de Colombia para mejorar de forma efectiva sus condiciones de vida ante la corrupción y un desgreño general. Participó, del mismo modo, en la creación de la ley 1872 de 2017, que creó el Fondo para el Desarrollo Integral del Distrito Especial de Buenaventura, y los acuerdos que llevaron a la conclusión del paro de 22 días.
Se opuso con voz clara al abandono estatal, las desigualdades de su población y la violencia histórica y permanente en su Diócesis. Sus denuncias lo pusieron en riesgo varias veces por señalar la presencia evidente de grupos armados y los silencios y filtraciones oficiales en crímenes y desapariciones. Denunció la presencia de ‘casas de pique’, donde se descuartizaban personas, y las acciones de actores del narcotráfico y el paramilitarismo. Junto a otros obispos del Pacífico, rechazó el uso de glifosato y el asesinato de líderes sociales. Murió en febrero 2 de 2021, en Pereira, Risaralda.
El era un cura diferente, de los que recorría las calles a pie y si veía que estaban construyendo una casa se acercaba y ayudaba a los obreros....