Hombres africanos y una mujer, muy felices. ven cómo descienden del cielo unas lenguas de fuego. Todos llevan mantas africanas y un tiene el torso desnudo.
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Celebra la venida del Espíritu Santo y el inicio de las actividades de la Iglesia. Por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad, 50 días después de la resurrección.

Para los judíos era la «Fiesta de las semanas», de carácter agrícola: de recolección, regocijo y acción de gracias. Jesús nombra el Espíritu desde el principio: «el Espíritu del Señor está sobre mí» (Lc 4, 18); es una de sus promesas más importantes: «cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os enseñará toda la verdad» (Jn 16, 13).

Se consolida en los apóstoles: “Al llegar Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como un viento impetuoso, que llenó toda la casa. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (Hechos 2, 1-5).

Una mujer joven de tez clara y pelo largo y suelto pintada al óleo, viste una túnica roja y se alcanza a ver un manto azul. Sobre el pecho lleva dibujado un corazón rojo con un fuego encima y atravesado por una lancita.
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Significa la gran pureza y amor del corazón de María por Dios. Esa pureza se manifiesta en el “Sí” que dio al Padre en la anunciación; en su amor por su Hijo, el Unigénito de Dios y en la cooperación en su misión redentora. Representa también la docilidad que mostró al Espíritu Santo y cómo permaneció toda su vida libre de mancha de pecado (inmaculado significa “sin mácula”, sin mancha). Su corazón nos señala la profunda vida interior de María, que experimentó en gozo y en sufrimiento sin variar en su fidelidad a Dios.

Lucas menciona su corazón en dos pasajes: la visita de los pastores (2,19): “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón”. Y cuando ella y José hallan a Jesús en el Templo después de buscarlo tres días (2,51): “Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón”. Del mismo modo, el dolor de María, al pie de la cruz, supera lo humano pues era la única que podía dar testimonio cierto del origen de Jesús. En ese momento se cumple la profecía de Simeón, entregada en la presentación de su Hijo en el templo: “¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!” (Lc 2, 34-35).