Un pueblo muy pequeño, lleno de alegría y mucho color, estaba ubicado a la orilla del río Patía. Ahí vivía una mujer hermosa. Todos los hombres del pueblo la cortejaban. Ella tenía los ojos azules como el cielo, su piel color marrón como el color de la madera, sus cabellos rizos y blancos como las nubes.
Uno de los señores que la cortejaba era un mago muy malo, quien vivía molesto pues la bella mujer no le hacía caso.
Ella se casó con un hombre humilde y trabajador. Él la trataba con mucho cariño, respeto y amor. El brujo se enfadó muchísimo cuando se enteró. Prometió vengarse y desapareció.
Después de mucho tiempo, la pareja tuvo una hermosa niña. Nació una noche de luna llena. Su belleza impactó a todas las personas del pueblo. Era aún más hermosa que su madre.
Tenía unos ojos color café, llenos de transparencia. Su cabello negro era rizado como la noche y brillante como las estrellas cuando alumbran el firmamento. Poseía una piel oscura, tan oscura como el ébano. Su rostro angelical transmitía una ternura inmensa y mucha paz.
Era una belleza tan grande de admirar que la noticia corrió por todos los pueblos y lugares cercanos.
Muchos acudieron a verla. Las personas pensaban que era un milagro de Dios, un pacto de esperanza y unidad.
Vinieron personas de todas partes a felicitar a la pareja y desear buenos deseos a la recién nacida. El pueblo tenía como costumbre iniciar el compromiso con Dios de los recién nacidos con agua de socorro. Esta es una celebración que se hace en el hogar de la familia con la compañía de madre, madrina, padrino, en ocasiones, familiares y amigos. Eso no fue así para esta ocasión. Todo el pueblo se reunió y vinieron personas de pueblos cercanos.
Ancianas y ancianos, sabedores y sabedoras, desearon a la recién nacida sabiduría, inteligencia y don de consejo. Ellas esperaban que siempre supiera escuchar a Dios, a sus mayores y tomara buenas decisiones.
Nadie contaba con la presencia de aquel hombre que había desaparecido. Él había escuchado de la festividad y vio la oportunidad de llevar a cabo su venganza. Sabía que no podía presentarse a la celebración. Se escondió en una casita que estaba a la entrada el pueblo. Ahí esperó paciente hasta que la fiesta terminó. Cuando todos estaban dormidos, entró a la habitación de la pequeña y se la llevó.
Al día siguiente, cuando la madre fue a buscar a la niña, se dio cuenta que no estaba y pegó un grito tan fuerte, que a todos despertó. Todas las personas se organizaron para salir a buscarla; llamaron a los padrinos, buscaron bombos, cununos, maraca y guasá. Las cantoras se prepararon para arrullar. Pues pensaban que alguna visión del pueblo o mal espíritu se la había llevado. Los habitantes del pueblo piensan que cuando una visión se lleva a alguien, es necesario entrar al monte, cantar y rezar para que ésta suelte a la persona. La madrina y el padrino deben estar presentes ya que se comprometieron a protegerla y cuidarla.
Todos buscaron por río y por tierra. Muchas ideas surgieron. Algunos dijeron “la bruja se la llevó”. Era extraño que naciera una niña con tanta belleza. Unos aseguraron que había sido el duende enamorado, otros que el diablo, incluso que la pata de la Lud. El hecho fue que todas las visiones salieron responsables de la desaparición.
Las cantoras cantaron, los hombres tocaron y todos rezaron. Niñas y niños del pueblo escuchaban en lo más lejano el sonar de los tambores. Nada dio resultado, la niña no apareció y, después de muchos días de búsqueda, la gente se cansó. La madre no perdía la esperanza de encontrar a su hija. Oraba todas las noches antes de acostarse y al levantarse, encendía velas a sus santos. Siempre era la misma petición: “Padre amado, cuida de mi criatura. Sé que donde esté, tú estás vigilante. Dale sabiduría, inteligencia y don de consejo para que sepa escucharte y guiarse. Abrígala si tiene frío, dale de comer si tiene hambre y, cuando llegué el momento, devuélvela a mis brazos”.
El viejo mago se llevó a la niña al centro de la selva, donde tenía una chocita, en la que practicaba sus conocimientos de brujería. Las personas pasaban alrededor, pero no lograban ver la choza. El señor había hecho un encantamiento que era difícil de romper. Eso decía la gente, que le daba miedo acercarse a esa zona, pues cuando estaba cerca sentía escalofrío y veía miles de culebras.
La niña creció aislada y sola. Veía a aquel señor como su abuelo. Sin embargo, a medida que crecía, se daba cuenta que algo andaba mal, pues entre más grande se hacía, aquel señor la trataba diferente. Su forma de tratarla la hacía sentir incomoda. Llevada por su capacidad y curiosidad, decidió aprender los oficios de aquel señor. Él se negó a enseñarle. Ella se las ingenió.
El señor dormía. Ella se levantaba a repasar los libros que él tenía. No sabía leer, pero recordaba cada palabra que el señor pronunciaba cuando leía sus hechizos y así aprendía a identificarlas. Estudió las estrellas, reconoció las plantas medicinales y las diferenció de las de la cocina. Aprendió a tejer su cabello y usó hierbas para hacerlo más manejable.
Ella cumplió 13 años, salió a buscar chirarán, chiyangua y a cortar algunos plántanos para la comida. El señor no estaba, se iba por temporadas al pueblo a comprar algunos alimentos. Se sorprendió cuando vio a un tigre herido. Asustada, pero llena de compasión, le dio agua, machacó algunas hierbas y lo curó.
Se dejó llevar por el sonido de la quebrada, caminó a su final, donde descubrió la entrada del río y vio a lo lejos una casita de madera.
Era muy tarde, la noche llegó y decidió volver. Al regresar a la casa, encontró al señor un tanto soñoliento. Él le preguntó dónde había estado, cuando escuchó la explicación de la joven, la amenazó.
Ella, asustada, empezó a planificar su huida. Estaba grande y había aprendido mucho del monte, sus misterios y las ciencias que le servirían para encontrar el regreso a casa.
Organizó una bolsa con hierbas y comida, creó una lanza con mangle. Preparó la comida y, como conocía las hierbas, echó en la comida del señor una que producía un sueño profundo en las personas, hasta de tres días. Cuando la luna marcó las 12 de la noche, emprendió la huida y, después de un tiempo, encontró la quebrada, siguió su cauce y llegó justo al río. Estaba seco y pudo cruzarlo con facilidad. Caminó por muchas horas, pasó por algunos manglares y, cuando se sintió segura, se sentó a descansar, comió algo y volvió a marchar.
Encontró la casita que había visto desde la quebrada como a las 7 de la mañana. Se alegró cuando vio ahí una pareja de abuelos. Ellos, al verla, se asustaron mucho; aun así, la hicieron entrar y bañar. Ella les contó lo sucedido, dónde se había criado y todo lo que había pasado para llegar hasta ahí.
La anciana y el anciano, que conocían la historia de la niña perdida, se percataron de que era ella a quien tanto habían buscado. Organizaron una canoa y la llevaron al pueblo. La madre fue la primera en abrazarla. Nadie podía creerlo. Familiares y personas de pueblos cercanos se reunieron en una celebración, esta vez felices por su regreso.
Aquella noche hubo una festividad mucho mayor. Los arrullos salían por doquier. Los bombos y los cununos retumban en la noche. Todos estaban felices. Ella más pues sabía que su raptor no despertaría hasta después de 3 días. Aprovecharon y la bautizaron Alexa.
La joven, ahora más hermosa que nunca, tenía grandes caderas, piernas largas, piel más oscura que noche de luna nueva, sus cabellos más rizados y relucientes que las estrellas. Su rostro reflejaba la belleza de la madre. Reunió a mamá y papá para solicitarles que la enviaran a otro pueblo, no se sentía segura en aquel lugar.
La madre no quería separarse de ella, organizó su viaje y juntas se fueron a la ciudad más cercana, donde la niña empezó a estudiar.
Pasaron muchos años después de ese suceso. La niña se convirtió en una gran mujer, se graduó del colegio y de la universidad como médica y abogada. Uso su conocimiento en plantas medicinales para encontrar la cura de algunas enfermedades. El derecho le sirvió para ayudar a mujeres como ella, privadas de una familia llena de amor y cuidados.
Nunca nadie volvió a saber de aquel señor. Alexa hoy es una mujer libre y muy, muy feliz.
Texto e imagen: Sinmoan
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