Mi papá jamás me había comprado nada, nunca me había ido a visitar, no tenía ni idea de mi vida, aunque vivía a 5 casas de la mía y era el conserje de la escuela donde yo estudiaba. Me pregunté por qué mi abuela me pedía eso, pero, como era una buena niña, hice lo que me solicitó.
Una canción titulada “los zapatos de Manacho” estaba de moda en esos días y sonaba todo el tiempo.
Mi papá efectivamente me compró los zapatos. Debo decir que soy muy mala para recordar nombres, en especial de las canciones.
Justo el día en que me puse los zapatos que mi padre me compró, cayó un aguacero de padre y señor nuestro. Mis compañeros y yo veíamos la lluvia caer asomados en la ventana del salón, un poco apesadumbrados pues, suponíamos, no nos dejarían salir a recreo para que no nos mojáramos.
Para nuestra alegría paró de llover. Todos sabemos que cuando llueve se hacen charcos de lodo o pozas con agua, como diríamos en mi pueblo.
Siempre me gustó llevar los zapatos muy embetunados y limpios, así que para que no se ensuciaran, era muy cuidadosa al caminar. Eso no sirvió de mucho, pues, por más que lo intenté, no lo logré.
Lloré de rabia, impotencia y decepción, porque aquellos zapatos que mi papá me compró se dañaron en cuanto tocaron el agua.
Esa ha sido la más grande decepción, trauma y no sé qué cosas más, que he tenido. También es el suceso culpable de que jamás haya olvidado los benditos “Zapatos de Manacho”.
Autora: Sinmoan
Imagen cortesía de https://www.pxfuel.com/.
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